Fe: “Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo. Palabra que se da o promesa que se hace a alguien con cierta solemnidad o publicidad”.
El Atlético de Madrid acudió al Mundial de Clubes, oportunidad histórica para el club colchonero. Para bien o para mal, iba a ser un escenario planetario. Desafortunadamente, lo fue para mal porque el Atlético acudió, de entrada, sin haber solventado las varias carencias que había mostrado a lo largo de la temporada. Sin fichajes, de los pocos equipos que lo hicieron. Si queremos hacernos trampas al solitario, diríamos que sí que acudió con dos, con Musso y Lenglet, pero ya entienden. Quizás no habría cambiado mucho la realidad de los de Simeone, pero lo cierto es que el asunto ya comenzó raro para los rojiblancos.
En algún sitio se pudo leer que el Atlético acudía a Estados Unidos sin fichajes, pero con fe. Ni puñetera gracia le hizo a los aficionados. Y después de todo lo sucedido en los dos primeros partidos, los de Simeone se encontraron teniendo que hacer una gesta en forma de goleada al actual campeón de la Libertadores, el mismo equipo que había derrotado a ese PSG que pasó por encima de los colchoneros en la primera jornada, sin la necesidad de los franceses de pasar de tercera marcha.
En la previa del partido ante el cuadro brasileño, el Cholo había vuelto a tirar de la misma palabra, fe. Y claro, si hay un equipo que entiende de fe, es el colchonero, porque más que un equipo a la usanza, es una suerte de religión, de una forma de entender la vida. Pero pedirle a los aficionados rojiblancos que crean ciegamente en que una suerte de fuerza mágica, un sino, un evento abstracto, pueda enmendar los propios errores, es un ejercicio injusto. Está claro que, para el Atlético, con simplemente fe no valía para hacer un buen papel en Estados Unidos.
No era un asunto de fe cerrar las dos llegadas de Fabián y Vitinha, solos, en segunda línea, para disparar a placer en el primer partido del grupo. No era un asunto de fe la que falló Sorloth, con el 2-0 en el marcador, a puerta vacía para meter al Atlético en el partido. No era un tema de fe desconectarse como se desconectaron los rojiblancos en la fase final del choque contra los de Luis Enrique, para que Lenglet fuese expulsado y Le Normand provocase un absurdo penalti. Y todo eso para foguearte una situación de cara al partido final, en el que tenías que agarrarte a la épica para poder pasar a los octavos de final.
Tampoco tiene nada que ver la fe con que, tu trío de delanteros, que sumaban 74 goles en este curso entre club y selección, se marchase de Estados Unidos con un misero gol que llevarse a la boca. Ni que tu banda izquierda fuese un coladero en los tres partidos. Ni que tus centrales, que habían hecho al Atlético el segundo equipo menos goleado de LaLiga, enlazasen errores impropios que te condenaran.
Como, por supuesto, tampoco entra en el ámbito de la fe, que cada uno de los arbitrajes que sufrió el equipo rojiblanco fuese peor que el anterior, con tres tipos como Istvan Kovacs, Yael Falcón y César Ramos, que hicieron que el arbitraje español pareciese hasta bueno y cabal.
Y, claro, si intentas remontar una situación tan adversa, teniendo que hacer tres goles, la fe no te vale, hay que disparar, no puedes marcharse de una primera parte con un solo tiro entre los tres palos del equipo rival. Así es imposible.
Todo eso no tiene nada que ver con la fe, tiene que ver con los propios errores, el fallo en el enfoque, en la concentración, en los errores de concepto, en los propios déficits de la plantilla, que ya se veían a lo largo del año. Un bajón para terminar una temporada en la que, por momentos, se soñó, pero que terminó en una pesadilla de mundanidad.