Asprilla volvió a saborear minutos con la selección de Colombia, disputando 26 en la victoria cafetero frente a Nueva Zelanda (2-1). Un pequeño impulso anímico para un futbolista que, cuando se viste de amarillo, parece recuperar algo del aroma que enamoró al Girona cuando apostó por él. Sin embargo, ese mismo aroma se diluye en Montilivi, donde su versión sigue siendo más bien descafeinada.
El atacante arrancó la temporada dejando señales alentadoras: más trabajador, más suelto, más atrevido que en su primer año. Míchel lo repitió varias veces: cargarlo con la etiqueta de “fichaje más caro de la historia del club” solo le hace daño. Es una mochila pesada, innecesaria, y el técnico siempre ha defendido que Asprilla necesita tiempo, calma y un entorno que no mida cada toque en función de su precio.
Pero el calendario reciente ha sido un reflejo cruel de su situación. Asprilla no jugó en los últimos tres partidos de LaLiga y en el duelo contra el Alavés ni siquiera calentó. Su última titularidad en el campeonato se remonta al 4 de octubre frente al Valencia, precisamente el día de la primera –y hasta hace poco única– victoria del Girona en la presente temporada. Desde entonces, su participación se ha reducido a un papel testimonial: tan solo tuvo minutos en la Copa del Rey, en aquel sufrido encuentro ante el Constància el 18 de octubre.
Quizás las urgencias del equipo han obligado a Míchel a apostar por perfiles más experimentados, quizás el jugador no ha logrado trasladar a Montilivi. Lo cierto es que Asprilla está ante un punto decisivo de su evolución. El equipo necesita talento y desequilibrio, eso que él puede ofrecer cuando juega sin miedo. Y él necesita reencontrarse, quitarse peso de encima y recuperar esa versión intensa, aromática.
En un Girona que lucha por escapar del descenso, cada aporte cuenta. Y si Asprilla consigue convertir su fútbol en determinación, su papel podría cambiar más rápido de lo que parece. El potencial sigue ahí. Falta que vuelva a hervir.