El Sevilla ha entrado por fin en zona tranquila y, después de dos temporadas nefastas y un inicio de Liga complicado, vuelve a estar en disposición de entrar en puestos europeos (a un solo punto) más que de tener que mirar de reojo el precipicio del descenso. La marcha de Monchi, como director deportivo, pareció haberse notado más, incluso, que la de algunos jugadores insignia. Solo tres años atrás, el Sevilla de Lopetegui jugaba la Champions porque logró quedar cuarto en la Liga 20-21, solo por detrás de los tres grandes.
Rakitic y Navas estaban en forma, Koundé y Diego Carlos eran dos centrales de primera… Pero, como le ha pasado un poco al Girona, el desgaste de la Champions, se pagó en la Liga siguiente. En las dos últimas campañas, el sevillismo ha flirteado con el descenso y ha quemado hasta cinco entrenadores: Lopetegui, Sampaoli, Mendibilibar, Diego Alonso y Quique Sánchez. Probaturas, bandazos futbolísticos y actos de fe donde agarrarse, pero sin ton ni son.
En la presente campaña apostaron por Xavi García Pimienta, un hombre de la Masia que logró que Las Palmas jugase un fútbol muy atractivo. En Sevilla no lo ha tenido fácil. La plantilla no tenia el potencial de antaño, la forma de jugar era nueva y los resultados no llegaban. Con tan solo 2 puntos de los 12 primeros, alguien pensó en destituir a Pimi. En el mercado de invierno, con las veladas críticas del entrenador porque no se habían reforzado algunas posiciones, su cargo pendió de un hilo. Pero los resultados han mejorado, la sangre no ha llegado al río y Lukébakio pone la magia a un Sevilla que, años después, juega como un equipo. El secreto de Pimi no está en la pasta, sino en la masa de fermentación lenta.